Pasé pol parque y ví varios arboles cargados con unas inmensas y obscenas flores. Todo ello, cada uno, era un conjunto pornográfico. Algo que hay que repudiar y desear. Sus palos gomosos, brillantes, con yemas a puntito, yayayayaay.
Y esas cosas rosas que cuelgan, organos sexuales, a millares. Pasé rápido mirando con el rabillo del ojo, tal vez por eso me parecieron coños y pollas cayendo de un camión hormigonera. Con su distribución parecía que se te echaban encima. Ay, dios, las pelis porno. Rocco y las vulvas palpitantes.
Creo que esos arboles desnudos y exibicionistas eran lo que en el herbario llambamos el arbol del amor. Ahora recuerdo que no, que me estoy equivocando, porque el arbol del amor tiene espinas y este era suave y peludo y brillante. Debian de ser arboles del sexo o del bien y del mal pero sin fruto pero prohibido.
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